el veintinueve de noviembre - Gálatas 3.21-4.20, Lamentaciones 1-2 y Salmo 145

Patrocinada por la Sociedad Bíblica Americana

Cristo pone término a la ley

Gálatas 3 21¿Acaso esto quiere decir que la ley está en contra de las promesas de Dios? ¡Claro que no! Porque si la ley pudiera dar vida, entonces la justicia realmente se obtendría en virtud de la ley. 22Pero, según lo que dice la Escritura, todos son prisioneros del pecado, para que quienes creen en Jesucristo puedan recibir lo que Dios ha prometido.
23Antes de venir la fe, la ley nos tenía presos, esperando a que la fe fuera dada a conocer. 24La ley era para nosotros como el esclavo que vigila a los niños, hasta que viniera Cristo, para que por la fe obtuviéramos la justicia. 25Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos a cargo de ese esclavo que era la ley, 26pues por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios, 27ya que al unirse a Cristo en el bautismo, han quedado revestidos de Cristo. 28Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo. 29Y si son de Cristo, entonces son descendientes de Abraham y herederos de las promesas que Dios le hizo.

Ya no somos esclavos sino hijos

Gálatas 4 1Lo que quiero decir es esto: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo de la familia, aunque sea en realidad el dueño de todo. 2Hay personas que lo cuidan y que se encargan de sus asuntos, hasta el tiempo que su padre haya señalado. 3Lo mismo pasa con nosotros: cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los poderes que dominan este mundo. 4Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés, 5para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios. 6Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones; y el Espíritu clama: "¡Abbá! ¡Padre!" 7Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios que seas también su heredero.
8Antes, cuando ustedes no conocían a Dios, eran esclavos de seres que en realidad no son dioses. 9Pero ahora que ustedes han conocido a Dios, o mejor dicho, ahora que Dios los ha conocido a ustedes, ¿cómo es posible que vuelvan a someterse a esos débiles y pobres poderes, y a hacerse sus esclavos? 10Ustedes celebran ciertos días, meses, fechas y años... 11¡Mucho me temo que mi trabajo entre ustedes no haya servido de nada!

Recuerdos personales

12Hermanos, les ruego: sean como yo, porque yo me he vuelto como ustedes. No es que me hayan causado ustedes ningún daño. 13Como ya saben, cuando primero les prediqué el evangelio lo hice debido a una enfermedad que sufría. 14Y esa enfermedad fue una prueba para ustedes, que no me despreciaron ni me rechazaron a causa de ella, sino que, al contrario, me recibieron como a un ángel de Dios, ¡como si se tratara del mismo Cristo Jesús! 15¿Qué pasó con aquella alegría que sentían? Puedo decir en favor de ustedes que, de haberles sido posible, hasta se habrían sacado los ojos para dármelos a mí. 16Y ahora, ¿acaso me he vuelto enemigo de ustedes, solamente porque les he dicho la verdad?
17Esa gente tiene mucho interés en ustedes, pero no son buenas sus intenciones. Lo que quieren es apartarlos de nosotros, para que luego ustedes se interesen por ellos. 18Claro que es bueno interesarse por los demás, pero con buenas intenciones; y que sea siempre, y no solamente cuando estoy entre ustedes. 19Hijos míos, otra vez sufro dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes. 20¡Ojalá estuviera yo ahí ahora mismo para hablarles de otra manera, pues no sé qué pensar de ustedes!


LAMENTACIONES

Primer lamento

Lamentaciones 1 1¡Cuán solitaria ha quedado
la ciudad antes llena de gente!
¡Tiene apariencia de viuda
la ciudad capital de los pueblos!
¡Sometida está a trabajos forzados
la princesa de los reinos!

2Se ahoga en llanto por las noches;
lágrimas corren por sus mejillas.
De entre todos sus amantes
no hay uno que la consuele.
Todos sus amigos la han traicionado;
se han vuelto sus enemigos.

3A más de sufrimientos y duros trabajos,
Judá sufre ahora el cautiverio.
La que antes reinaba entre los pueblos,
ahora no encuentra reposo.
Los que la perseguían, la alcanzaron
y la pusieron en aprietos.

4¡Qué tristes están los caminos de Sión!
¡No hay nadie que venga a las fiestas!
Las puertas de la ciudad están desiertas,
los sacerdotes lloran,
las jóvenes se afligen
y Jerusalén pasa amarguras.

5Sus enemigos dominan,
sus adversarios prosperan.
Es que el Señor la ha afligido
por lo mucho que ha pecado.
Sus hijos fueron al destierro
llevados por el enemigo.

6Desapareció de la bella Sión
toda su hermosura;
sus jefes, como venados,
andan en busca de pastos;
arrastrando los pies, avanzan
delante de sus cazadores.

7Jerusalén recuerda aquellos días,
cuando se quedó sola y triste;
recuerda todas las riquezas que tuvo
en tiempos pasados;
recuerda cuando cayó en poder del enemigo
y nadie vino en su ayuda,
cuando sus enemigos la vieron
y se burlaron de su ruina.

8Jerusalén ha pecado tanto
que se ha hecho digna de desprecio.
Los que antes la honraban, ahora la desprecian,
porque han visto su desnudez.
Por eso está llorando,
y avergonzada vuelve la espalda.

9Tiene su ropa llena de inmundicia;
no pensó en las consecuencias.
Es increíble cómo ha caído;
no hay quien la consuele.
¡Mira, Señor, mi humillación
y la altivez del enemigo!

10El enemigo se ha adueñado
de las riquezas de Jerusalén.
La ciudad vio a los paganos
entrar violentamente en el santuario,
¡gente a la que tú, Señor, ordenaste
que no entrara en tu lugar de reunión!

11Todos sus habitantes lloran,
andan en busca de alimentos;
dieron sus riquezas a cambio de comida
para poder sobrevivir.
¡Mira, Señor, mi ruina!
¡Considera mi desgracia!

12¡Ustedes, los que van por el camino,
deténganse a pensar
si hay dolor como el mío,
que tanto me hace sufrir!
¡El Señor me mandó esta aflicción
al encenderse su enojo!

13El Señor lanzó desde lo alto
un fuego que me ha calado hasta los huesos;
tendió una trampa a mi paso
y me hizo volver atrás;
me ha entregado al abandono,
al sufrimiento a cada instante.

14Mis pecados los ha visto el Señor;
me han sido atados por él mismo,
y como un yugo pesan sobre mí:
¡acaban con mis fuerzas!
El Señor me ha puesto en manos de gente
ante la cual no puedo resistir.

15El Señor arrojó lejos de mí
a todos los valientes que me defendían.
Lanzó un ejército a atacarme,
para acabar con mis hombres más valientes.
¡El Señor ha aplastado a la virginal Judá
como se aplastan las uvas para sacar vino!

16Estas cosas me hacen llorar.
Mis ojos se llenan de lágrimas,
pues no tengo a nadie que me consuele,
a nadie que me dé nuevo aliento.
Entre ruinas han quedado mis hijos,
porque pudo más el enemigo que nosotros.

17Sión extiende las manos suplicante,
pero no hay quien la consuele.
El Señor ha ordenado que a Jacob
lo rodeen sus enemigos;
Jerusalén es para ellos
objeto de desprecio.

18El Señor hizo lo debido,
porque me opuse a sus mandatos.
¡Escúchenme, pueblos todos;
contemplen mi dolor!
¡Mis jóvenes y jovencitas
han sido llevados cautivos!

19Pedí ayuda a mis amantes,
pero ellos me traicionaron.
Mis sacerdotes y mis ancianos
murieron en la ciudad:
¡andaban en busca de alimentos
para poder sobrevivir!

20¡Mira, Señor, mi angustia!
¡Siento que me estalla el pecho!
El dolor me oprime el corazón
cuando pienso en lo rebelde que he sido.
Allá afuera la espada mata a mis hijos,
y aquí adentro también hay muerte.

21La gente escucha mis lamentos,
pero no hay quien me consuele.
Todos mis enemigos saben de mi mal,
y se alegran de que tú lo hayas hecho.
¡Haz que venga el día que tienes anunciado,
y que les vaya a ellos como me ha ido a mí!

22Haz que llegue a tu presencia
toda la maldad que han cometido;
trátalos por sus pecados
como me has tratado a mí,
pues es mucho lo que lloro;
¡tengo enfermo el corazón!

Segundo lamento

Lamentaciones 2 1¡Tan grande ha sido el enojo del Señor,
que ha oscurecido a la bella Sión!
Ha derribado la hermosura de Israel,
como del cielo a la tierra;
ni siquiera se acordó, en su enojo,
del estrado de sus pies.

2El Señor no ha dejado en pie
ni una sola de las casas de Jacob;
en un momento de furor ha destruido
las fortalezas de la bella Judá;
ha echado por tierra, humillados,
al reino y sus gobernantes.

3Al encenderse su enojo, cortó de un tajo
todo el poder de Israel.
Nos retiró el apoyo de su poder
al enfrentarnos con el enemigo;
¡ha prendido en Jacob un fuego
que devora todo lo que encuentra!

4El Señor, como un enemigo,
tensó el arco, afirmó el brazo;
igual que un adversario,
destrozó lo que era agradable a la vista;
como un fuego, lanzó su enojo
sobre el campamento de la bella Sión.

5El Señor actuó como un enemigo:
destruyó por completo a Israel;
derrumbó todos sus palacios,
derribó sus fortalezas,
colmó a la bella Judá
de aflicción tras aflicción.

6Como un ladrón, hizo violencia a su santuario;
destruyó el lugar de las reuniones.
El Señor hizo que en Sión se olvidaran
las fiestas y los sábados.
En el ardor de su enojo,
rechazó al rey y al sacerdote.

7El Señor ha rechazado su altar,
ha despreciado su santuario;
ha entregado en poder del enemigo
las murallas que protegían la ciudad.
¡Hay un griterío en el templo del Señor,
como si fuera día de fiesta!

8El Señor decidió derrumbar
las murallas de la bella Sión.
Trazó el plan de destrucción
y lo llevó a cabo sin descanso.
Paredes y murallas, que él ha envuelto en luto,
se han venido abajo al mismo tiempo.

9La ciudad no tiene puertas ni cerrojos:
¡quedaron destrozados, tirados por el suelo!
Su rey y sus gobernantes están entre paganos;
ya no existe la ley de Dios.
¡Ni siquiera sus profetas tienen
visiones de parte del Señor!

10Los ancianos de la bella Sión
se sientan silenciosos en el suelo,
se echan polvo sobre la cabeza
y se visten de ropas burdas.
Las jóvenes de Jerusalén
agachan la cabeza hasta el suelo.

11El llanto acaba con mis ojos,
y siento que el pecho me revienta;
mi ánimo se ha venido al suelo
al ver destruida la ciudad de mi gente,
al ver que hasta los niños de pecho
mueren de hambre por las calles.

12Decían los niños a sus madres:
"¡Ya no tenemos pan ni vino!"
Y caían como heridos de muerte
por las calles de la ciudad,
exhalando el último suspiro
en brazos de sus madres.

13¿A qué te puedo comparar o asemejar,
hermosa Jerusalén?
¿Qué ejemplo puedo poner para consolarte,
pura y bella ciudad de Sión?
Enorme como el mar ha sido tu destrucción;
¿quién podrá darte alivio?

14Las visiones que tus profetas te anunciaron
no eran más que un vil engaño.
No pusieron tu pecado al descubierto
para hacer cambiar tu suerte;
te anunciaron visiones engañosas,
y te hicieron creer en ellas.

15Al verte, los que van por el camino
aplauden en son de burla;
silban y mueven burlones la cabeza,
diciendo de la bella Jerusalén:
"¿Y es esta la ciudad a la que llaman
la máxima belleza de la tierra?"

16Todos tus enemigos
abren la boca en contra tuya.
Entre silbidos y gestos de amenaza, dicen:
"La hemos arruinado por completo.
Este es el día que tanto esperábamos;
¡por fin pudimos verlo!"

17El Señor llevó a cabo sus planes,
cumplió su palabra.
Destruyó sin miramientos
lo que mucho antes había resuelto destruir,
permitió que el enemigo se riera de ti
y puso en alto el poder del adversario.

18¡Pídele ayuda al Señor,
bella ciudad de Sión!
¡Deja correr de día y de noche
el torrente de tus lágrimas!
¡No dejes de llorar,
no des reposo a tus ojos!

19Levántate, grita por las noches,
grita hora tras hora;
vacía tu corazón delante del Señor,
déjalo que corra como el agua;
dirige a él tus manos suplicantes
y ruega por la vida de tus niños,
que en las esquinas de las calles
mueren por falta de alimentos.

20Mira, Señor, ponte a pensar
que nunca a nadie has tratado así.
¿Tendrán acaso las madres
que comerse a sus niños de pecho?
¿Tendrán los sacerdotes y profetas
que ser asesinados en tu santuario?

21Tendidos por las calles
se ven jóvenes y ancianos;
mis jóvenes y jovencitas
cayeron a filo de espada.
En el día de tu ira, heriste de muerte,
¡mataste sin miramientos!

22Has hecho venir peligros de todos lados,
como si acudieran a una fiesta;
en el día de tu ira, Señor,
no hubo nadie que escapara.
A los que yo crié y eduqué,
el enemigo los mató.


SALMO 145 (144)

Que todo hombre alabe al Señor


1Hablaré de tu grandeza, mi Dios y Rey;
bendeciré tu nombre por siempre.
2Diariamente te bendeciré;
alabaré tu nombre por siempre.
3El Señor es grande y muy digno de alabanza;
su grandeza excede nuestro entendimiento.

4De padres a hijos se alabarán tus obras,
se anunciarán tus hechos poderosos.
5Se hablará de tu majestad gloriosa,
y yo hablaré de tus maravillas.
6Se hablará de tus hechos poderosos y terribles,
y yo hablaré de tu grandeza.
7Se hablará de tu bondad inmensa,
y a gritos se dirá que tú eres justo.

8El Señor es tierno y compasivo,
es paciente y todo amor.
9El Señor es bueno para con todos,
y con ternura cuida sus obras.

10¡Que te alaben, Señor, todas tus obras!
¡Que te bendigan tus fieles!
11¡Que hablen del esplendor de tu reino!
¡Que hablen de tus hechos poderosos!
12¡Que se haga saber a los hombres tu poder
y el gran esplendor de tu reino!
13Tu reino es un reino eterno,
tu dominio es por todos los siglos.

14El Señor sostiene a los que caen
y levanta a los que desfallecen.
15Los ojos de todos esperan de ti
que tú les des su comida a su tiempo.
16Abres tu mano, y con tu buena voluntad
satisfaces a todos los seres vivos.
17El Señor es justo en sus caminos,
bondadoso en sus acciones.
18El Señor está cerca de los que lo invocan,
de los que lo invocan con sinceridad.
19Él cumple los deseos de los que lo honran;
cuando le piden ayuda, los oye y los salva.
20El Señor protege a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

21¡Que mis labios alaben al Señor!
¡Que todos bendigan su santo nombre,
ahora y siempre!

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