el dos de noviembre - 1 Timoteo 4, Isaías 38-39 y Salmo 119.121-144

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Las falsas enseñanzas

1 Timoteo 4 1Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos renegarán de la fe, siguiendo a espíritus engañadores y enseñanzas que vienen de los demonios. 2Harán caso a gente hipócrita y mentirosa, cuya conciencia está marcada con el hierro de sus malas acciones. 3Esta gente prohíbe casarse y comer ciertos alimentos que Dios ha creado para que los creyentes y los que conocen la verdad los coman, dándole gracias. 4Pues todo lo que Dios ha creado es bueno; y nada debe ser rechazado si lo aceptamos dando gracias a Dios, 5porque la palabra de Dios y la oración lo hacen puro.
6Enseña estas cosas a los hermanos, y serás un buen servidor de Cristo Jesús, un servidor alimentado con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que has seguido.
7Pero no hagas caso de cuentos mundanos y tontos. Ejercítate en la piedad; 8pues aunque el ejercicio físico sirve para algo, la piedad es útil para todo, porque tiene promesas de vida para el presente y para el futuro. 9Esto es muy cierto, y todos deben creerlo. 10Por eso mismo trabajamos y luchamos, porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente, que es el Salvador de todos, especialmente de los que creen.
11Estas cosas tienes que mandar y enseñar. 12Evita que te desprecien por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida. 13Mientras llego, dedícate a leer en público las Escrituras, a animar a los hermanos y a instruirlos. 14No descuides los dones que tienes y que Dios te concedió cuando, por inspiración profética, los ancianos de la iglesia te impusieron las manos.
15Pon tu cuidado y tu atención en estas cosas, para que todos puedan ver cómo adelantas. 16Ten cuidado de ti mismo y de lo que enseñas a otros, y sigue firme en todo. Si lo haces así, te salvarás a ti mismo y salvarás también a los que te escuchan.


Enfermedad y curación de Ezequías
(2  R 20.1-11; 2  Cr 32.24-26)

Isaías 38 1Por aquel tiempo Ezequías cayó gravemente enfermo, y el profeta Isaías, hijo de Amós, fue a verlo y le dijo:
--El Señor dice: 'Da tus últimas instrucciones a tu familia, porque vas a morir. No te curarás.'
2Ezequías volvió la cara hacia la pared y oró así al Señor:
3"Yo te suplico, Señor, que te acuerdes de cómo te he servido fiel y sinceramente, haciendo lo que te agrada." Y lloró amargamente.
4El Señor ordenó a Isaías 5que fuera y le dijera a Ezequías: "El Señor, Dios de tu antepasado David, dice: 'Yo he escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a darte quince años más de vida. 6A ti y a Jerusalén los libraré del rey de Asiria. Yo protegeré esta ciudad.'  "
21Isaías mandó hacer una pasta de higos para que se la aplicaran al rey en la parte enferma, y el rey se curó. 22Entonces Ezequías preguntó a Isaías:
--¿Por medio de qué señal voy a darme cuenta de que puedo ir al templo del Señor?
7Isaías respondió:
--Esta es la señal que el Señor te dará en prueba de que te cumplirá su promesa: 8En el reloj de sol de Ahaz voy a hacer que la sombra del sol retroceda las diez gradas que ya ha bajado.
Y la sombra del sol retrocedió las diez gradas que ya había bajado.
9Cuando el rey Ezequías de Judá sanó de su enfermedad, compuso este salmo:

10Yo había pensado:
En lo mejor de mi vida tendré que irme;
se me ordena ir al reino de la muerte
por el resto de mis días.
11Yo pensé: Ya no veré más al Señor en esta tierra,
no volveré a mirar a nadie
de los que viven en el mundo.
12Deshacen mi habitación, me la quitan,
como tienda de pastores.
Mi vida era cual la tela de un tejedor,
que es cortada del telar.
De día y de noche me haces sufrir.
13Grito de dolor toda la noche,
como si un león estuviera quebrándome los huesos.
De día y de noche me haces sufrir.
14Me quejo suavemente como las golondrinas,
gimo como las palomas.
Mis ojos se cansan de mirar al cielo.
¡Señor, estoy oprimido, responde tú por mí!
15¿Pero qué podré yo decirle,
si él fue quien lo hizo?
El sueño se me ha ido
por la amargura de mi alma.
16Aquellos a quienes el Señor protege, vivirán,
y con todos ellos viviré yo.

Tú me has dado la salud, me has devuelto la vida.
17Mira, en vez de amargura, ahora tengo paz.
Tú has preservado mi vida
de la fosa destructora,
porque has perdonado todos mis pecados.
18Quienes están en el sepulcro no pueden alabarte,
los muertos no pueden darte gloria,
los que bajan a la fosa
no pueden esperar tu fidelidad.
19Solo los que viven pueden alabarte,
como hoy lo hago yo.
Los padres hablan a sus hijos
de tu fidelidad.
20El Señor está aquí para salvarme.
Toquemos nuestras arpas y cantemos
todos los días de nuestra vida
en el templo del Señor.

Ezequías recibe a los enviados de Babilonia
(2  R 20.12-19; 2  Cr 32.27-31)

Isaías 39 1Por aquel tiempo el rey Merodac-baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, oyó decir que Ezequías había estado enfermo pero que ya había recobrado la salud, y por medio de unos mensajeros le envió cartas y un regalo. 2Ezequías se alegró de su llegada y les mostró su tesoro, la plata y el oro, los perfumes, el aceite fino y su depósito de armas, y todo lo que se encontraba en sus depósitos. No hubo nada en su palacio ni en todo su reino que no les mostrara. 3Entonces fue el profeta Isaías a ver al rey Ezequías, y le preguntó:
--¿De dónde vinieron esos hombres, y qué te dijeron?
Ezequías respondió:
--Vinieron de un país lejano; vinieron de Babilonia.
4Isaías le preguntó:
--¿Y qué vieron en tu palacio?
Ezequías contestó:
--Vieron todo lo que hay en él. No hubo nada en mis depósitos que yo no les mostrara.
5Isaías dijo entonces a Ezequías:
--Escucha este mensaje del Señor todopoderoso: 6'Van a venir días en que todo lo que hay en tu palacio y todo lo que juntaron tus antepasados hasta el día de hoy, será llevado a Babilonia. No quedará aquí nada. 7Aun a algunos de tus propios descendientes se los llevarán a Babilonia, los castrarán y los pondrán como criados en el palacio del rey.'
8Ezequías, pensando que al menos durante su vida habría paz y seguridad, respondió a Isaías:
--El mensaje que me has traído de parte del Señor es favorable.


SALMO 119 (118)

121Nunca he dejado de hacer lo que es justo;
no me abandones en manos de mis opresores.
122Hazte responsable de mi bienestar;
que no me maltraten los insolentes.
123Mis ojos se consumen esperando que me salves,
esperando que me libres, conforme a tu promesa.
124Trata a este siervo tuyo de acuerdo con tu amor;
¡enséñame tus leyes!
125Yo soy tu siervo. Dame entendimiento,
pues quiero conocer tus mandatos.
126Señor, ya es tiempo de que hagas algo,
pues han desobedecido tu enseñanza.
127Por eso yo amo tus mandamientos
mucho más que el oro fino.
128Por eso me guío por tus preceptos
y odio toda conducta falsa.


129Tus mandatos son maravillosos;
por eso los obedezco.
130La explicación de tus palabras ilumina,
instruye a la gente sencilla.
131Con gran ansia abro la boca,
pues deseo tus mandamientos.
132Mírame, y ten compasión de mí,
como haces con los que te aman.
133Hazme andar conforme a tu palabra;
no permitas que la maldad me domine.
134Líbrame de la violencia humana,
pues quiero cumplir tus preceptos.
135Mira con buenos ojos a este siervo tuyo,
y enséñame tus leyes.
136Ríos de lágrimas salen de mis ojos
porque no se respeta tu enseñanza.


137Señor, tú eres justo;
rectos son tus decretos.
138Todos tus mandatos
son justos y verdaderos.
139Me consume el celo que siento por tus palabras,
pues mis enemigos se han olvidado de ellas.
140Tu promesa ha pasado las más duras pruebas;
por eso la ama este siervo tuyo.
141Humilde soy, y despreciado,
pero no me olvido de tus preceptos.
142Tu justicia es siempre justa,
y tu enseñanza es la verdad.
143Me he visto angustiado y en aprietos,
pero tus mandamientos me alegraron.
144Tus mandatos son siempre justos;
¡dame entendimiento para que pueda yo vivir!

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