el veinticuatro de abril - Hechos 10.1-33, Josué 7-8 y Job 24

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Pedro y Cornelio

Hechos 10 1Había en la ciudad de Cesarea un hombre que se llamaba Cornelio, capitán del batallón llamado el Italiano. 2Era un hombre piadoso que, junto con toda su familia, adoraba a Dios. También daba mucho dinero para ayudar a los judíos, y oraba siempre a Dios. 3Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión:
Vio claramente a un ángel de Dios que entraba donde él estaba y le decía: "¡Cornelio!" 4Cornelio se quedó mirando al ángel, y con mucho miedo le preguntó: "¿Qué se te ofrece, señor?" El ángel le dijo: "Dios tiene presentes tus oraciones y lo que has hecho para ayudar a los necesitados. 5Manda a alguien a la ciudad de Jope para que haga venir a un hombre llamado Simón, que también es conocido como Pedro. 6Está alojado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar."
7Cuando se fue el ángel que le había hablado, Cornelio llamó a dos de sus sirvientes y a un soldado que era muy religioso y de su confianza, 8y después de contárselo todo, los envió a Jope.
9Al día siguiente, a eso del mediodía, mientras iban de camino cerca de Jope, Pedro subió a orar a la azotea de la casa. 10Tenía hambre y quería comer, pero mientras le estaban preparando la comida, tuvo una visión: 11vio que el cielo se abría y que descendía a la tierra algo parecido a una gran sábana, bajada por las cuatro puntas. 12En la sábana había toda clase de cuadrúpedos, y también reptiles y aves. 13Y oyó una voz, que le dijo: "Levántate, Pedro; mata y come."
14Pedro contestó: "No, Señor; yo nunca he comido nada profano ni impuro." 15La voz le habló de nuevo, y le dijo: "Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano."
16Esto sucedió tres veces, y luego la sábana volvió a subir al cielo. 17Pedro estaba preocupado pensando qué querría decir aquella visión, cuando llegaron a la puerta los hombres de Cornelio, que habían averiguado dónde estaba la casa de Simón. 18Al llegar, preguntaron en voz alta si allí se alojaba un tal Simón, a quien también llamaban Pedro.
19Y mientras Pedro todavía estaba pensando en la visión, el Espíritu Santo le dijo: "Mira, tres hombres te buscan. 20Levántate, baja y ve con ellos sin dudarlo, porque yo los he enviado."
21Pedro bajó y dijo a los hombres:
--Yo soy el que ustedes buscan; ¿a qué han venido?
22Ellos contestaron:
--Venimos de parte del capitán Cornelio, un hombre justo, que adora a Dios y a quien todos los judíos estiman y quieren. Un ángel de Dios le dijo que lo llamara a usted, para que usted vaya a su casa y él escuche lo que tenga que decirle.
23Entonces Pedro los hizo entrar, y se quedaron con él aquella noche. Al día siguiente, Pedro se fue con ellos, y lo acompañaron algunos de los hermanos que vivían en Jope.
24Y al otro día llegaron a Cesarea, donde Cornelio los estaba esperando junto con un grupo de sus parientes y amigos íntimos, a quienes había invitado. 25Cuando Pedro llegó a la casa, Cornelio salió a recibirlo, y se puso de rodillas delante de él, para adorarlo. 26Pero Pedro lo levantó, diciéndole:
--Ponte de pie, pues yo también soy un hombre, como tú.
27Mientras hablaba con él, entró y encontró a muchas personas reunidas. 28Pedro les dijo:
--Ustedes saben que a un judío le prohíbe su religión tener tratos con extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha enseñado que no debo llamar profano o impuro a nadie. 29Por eso, tan pronto como me avisaron, vine sin poner ninguna objeción. Quisiera saber, pues, por qué me han llamado.
30Cornelio contestó:
--Hace cuatro días, como a esta misma hora, yo estaba aquí en mi casa haciendo la oración de las tres de la tarde, cuando se me apareció un hombre vestido con ropa brillante. 31Me dijo: 'Cornelio, Dios ha oído tu oración y se ha acordado de lo que has hecho para ayudar a los necesitados. 32Manda a alguien a la ciudad de Jope para que haga venir a Simón, que también se llama Pedro. Está alojado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar.' 33Así que envié inmediatamente a buscarte, y tú has tenido la bondad de venir. Ahora estamos todos aquí delante de Dios, y queremos escuchar todo lo que el Señor te ha mandado decirnos.


El pecado de Acán

Josué 7 1Pero un miembro de la tribu de Judá, que se llamaba Acán y era hijo de Carmí, nieto de Zabdí y bisnieto de Zérah, tomó varias cosas de las que estaban consagradas a la destrucción, con lo cual todos los israelitas resultaban culpables ante el Señor de haber tomado lo que él había ordenado destruir. Por eso la ira del Señor se encendió contra ellos.

El castigo del pecado: la derrota frente a Ai

2Josué había mandado unos hombres desde Jericó, para que fueran hasta Ai, que estaba al oriente de Betel, cerca de Bet-avén, con órdenes de explorar la región. Ellos fueron y exploraron Ai, 3y al volver le dijeron a Josué: "No hace falta que todo el pueblo ataque Ai, pues dos o tres mil hombres son suficientes para tomar la ciudad. No mandes a todo el pueblo, pues los que defienden la ciudad son pocos."
4Así pues, unos tres mil hombres subieron para atacar Ai. Pero los de Ai los derrotaron y los hicieron huir; 5mataron como a treinta y seis israelitas, y a los demás los persiguieron desde las puertas de la ciudad hasta las canteras, y en la bajada los destrozaron. Por esta razón la gente se desanimó y perdió el valor.
6Josué y los ancianos de Israel rasgaron sus ropas y se echaron polvo sobre la cabeza en señal de dolor; luego se inclinaron ante el arca del Señor tocando el suelo con la frente, hasta la caída de la tarde. 7Y decía Josué:
--¡Ay, Señor! ¿Para qué hiciste que este pueblo pasara el río Jordán? ¿Acaso fue para entregarnos a los amorreos, y para que ellos nos destruyeran? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! 8¡Ay, Señor! ¿Qué puedo decir, ahora que los israelitas han huido de sus enemigos? 9Los cananeos y todos los que viven en la región se van a enterar de lo que ha pasado, y nos atacarán juntos, y no quedará de nosotros ni el recuerdo. Entonces, ¿qué será de tu gran nombre?
10Y el Señor le contestó:
--Levántate. ¿Qué haces ahí, en el suelo? 11Los israelitas han pecado, y han roto la alianza que yo hice con ellos. Tomaron de las cosas que debieron ser destruidas; las robaron sabiendo que hacían mal, y las han escondido entre sus pertenencias. 12Por eso los israelitas no podrán hacer frente a sus enemigos. Tendrán que huir de ellos, pues ahora los israelitas mismos merecen ser destruidos. Y si ustedes no destruyen pronto lo que ordené que se destruyera, no estaré más con ustedes. 13Levántate y convoca al pueblo. Diles que se preparen para presentarse mañana delante de mí, porque yo, el Señor y Dios de Israel, digo así: 'Tú, Israel, has tomado lo que debió ser destruido por completo, y mientras no lo destruyas y lo eches fuera de ti, no podrás hacer frente a tus enemigos.' 14Mañana preséntense todos por tribus, y la tribu que yo señale presentará a cada uno de sus clanes; el clan que yo señale presentará a cada una de sus familias, y la familia que yo señale presentará a cada uno de sus hombres. 15Y el que tenga en su poder lo que debió ser destruido, será quemado con su familia y con todas sus posesiones, por haber hecho una cosa indigna en Israel y no haber cumplido la alianza del Señor.

El castigo de Acán

16Al día siguiente, Josué se levantó muy temprano y mandó que la gente se presentara repartida en tribus. Y el Señor señaló a la tribu de Judá. 17Entonces Josué hizo que la tribu de Judá presentara a cada uno de sus clanes, y fue señalado el clan de Zérah. De entre los de Zérah fue señalada la familia de Zabdí. 18Cuando los hombres de la familia de Zabdí se acercaron uno por uno, fue señalado Acán, el hijo de Carmí, que era nieto de Zabdí y bisnieto de Zérah, de la tribu de Judá.
19Entonces Josué le dijo a Acán:
--Hijo mío, da honor y alabanza al Señor y Dios de Israel, diciéndome lo que has hecho. ¡No me lo ocultes!
20Y Acán le contestó:
--En verdad, confieso que he pecado contra el Señor y Dios de Israel. Esto es lo que hice: 21Entre las cosas que tomamos en Jericó, vi un bello manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo. Me gustaron esas cosas, y me quedé con ellas, y las he enterrado debajo de mi tienda de campaña, poniendo el dinero en el fondo.
22Josué mandó en seguida unos hombres a la tienda de Acán, los cuales encontraron todo lo que allí estaba escondido, con la plata en el fondo. 23Lo tomaron y se lo llevaron a Josué y a los israelitas, los cuales se lo presentaron al Señor. 24Luego se llevaron a Acán al valle de Acor junto con la plata, el manto, la barra de oro, sus hijos y sus hijas, sus bueyes, asnos y ovejas, y su tienda y todo lo que era suyo.
25Josué le dijo:
--¿Por qué trajiste esta desgracia sobre nosotros? Ahora, que el Señor haga caer sobre ti la desgracia que nos trajiste.
Dicho esto, todos los israelitas mataron a pedradas a Acán y a los suyos, y luego los quemaron. 26Después pusieron sobre él un gran montón de piedras, que todavía sigue en pie. Por esta razón ese lugar se llama todavía valle de Acor. Así se calmó la ira del Señor contra Israel.

Los israelitas toman la ciudad de Ai

Josué 8 1El Señor le dijo a Josué: "No tengas miedo ni te desanimes. Toma a todo tu ejército y ponte en marcha contra la ciudad de Ai, pues yo te daré la victoria sobre el rey de Ai y su gente. Su ciudad y sus territorios serán tuyos, 2y tú harás con Ai y su rey lo mismo que hiciste con Jericó y su rey, aunque en este caso podrán ustedes quedarse con las cosas y los animales de los vencidos. Prepara un ataque por sorpresa, por la parte de atrás de la ciudad."
3Josué se preparó con todo su ejército para marchar contra Ai. Escogió treinta mil guerreros, a los cuales envió de noche 4con esta orden: "Oigan bien: vayan por la parte de atrás de la ciudad, escóndanse cerca de ella y manténganse listos para atacar. 5El resto de la gente se acercará conmigo a la ciudad, y cuando los de la ciudad salgan a atacarnos, nosotros huiremos de ellos, como la vez pasada. 6Ellos nos perseguirán cuando huyamos de la ciudad, pues pensarán que otra vez nos han puesto en fuga. 7Entonces ustedes saldrán de su escondite y tomarán la ciudad, pues el Señor su Dios se la va a entregar. 8Una vez que la hayan tomado, quémenla, tal como el Señor lo ha dicho. Es una orden."
9Entonces Josué les dio la orden de partir, y ellos fueron y se escondieron entre Betel y Ai, al oeste de Ai, mientras que Josué pasó la noche en el campamento. 10Al día siguiente, Josué se levantó muy temprano y pasó revista a su gente. Luego se puso al frente de ellos, junto con los ancianos de Israel, y se dispuso a atacar Ai. 11Todos sus hombres se acercaron a la ciudad por la parte de delante, y acamparon al norte de ella, teniendo el valle entre ellos y la ciudad. 12Josué escondió unos cinco mil hombres entre Betel y Ai, al oeste de la ciudad, 13de modo que el ejército quedó repartido en dos grupos, uno escondido al oeste de la ciudad, y el otro en el campamento, al norte. Josué se adelantó aquella noche hasta la mitad del valle.
14Cuando el rey de Ai vio la situación, se dio prisa y salió con todo su ejército para luchar contra los israelitas en el valle del Jordán, sin saber que otros israelitas estaban escondidos detrás de la ciudad. 15Josué y sus hombres fingieron ponerse en fuga, y huyeron de los de Ai por el camino del desierto. 16Entonces todo el ejército de Ai recibió órdenes de perseguirlos, y al perseguir a Josué se alejaron de la ciudad. 17No hubo un solo hombre de Ai ni de Betel que no saliera a perseguir a los israelitas; pero en sus ansias por perseguirlos dejaron indefensa la ciudad. 18Entonces el Señor le dijo a Josué: "Da ya la señal de atacar la ciudad de Ai, que yo te la voy a entregar."
Josué dio la señal, ordenando el ataque. 19Entonces los que estaban escondidos salieron rápidamente de su escondite, se lanzaron contra la ciudad y la tomaron, prendiéndole fuego en seguida.
20Cuando los hombres de Ai volvieron atrás la mirada, vieron que el humo de su ciudad subía hasta el cielo. No tenían escape por ningún lado, porque los israelitas que antes huían hacia el desierto, ahora se lanzaban al ataque. 21En efecto, al ver Josué y todos los israelitas que los que se habían escondido habían tomado ya la ciudad, y que le habían prendido fuego, se volvieron y atacaron a los de Ai. 22Luego, los que habían tomado la ciudad salieron de ella, de modo que los de Ai quedaron atrapados entre las dos fuerzas israelitas, las cuales atacaron a los de Ai hasta matarlos a todos. 23Solo dejaron con vida al rey de Ai, al cual capturaron y llevaron ante Josué.
24Después de matar a filo de espada a todos los de Ai que habían salido a perseguirlos, los israelitas regresaron a Ai y mataron a los que quedaban. 25Aquel día murieron los doce mil habitantes de Ai, hombres y mujeres, 26pues Josué mantuvo la orden de atacar la ciudad hasta que los destruyeron a todos por completo. 27Los israelitas se quedaron con los animales y las cosas que había en la ciudad, como el Señor le había dicho a Josué, 28y Josué quemó Ai y la dejó en ruinas para siempre, tal como se ve todavía. 29Al rey de Ai lo colgó Josué de un árbol hasta el atardecer, y cuando el sol se puso, mandó que lo bajaran y echaran su cadáver a la entrada de la ciudad, y que amontonaran piedras encima de él. El montón de piedras está allí todavía.

Josué lee la ley en el monte Ebal

30Entonces Josué construyó en el monte Ebal un altar al Señor, el Dios de Israel, 31tal como Moisés, el siervo del Señor, se lo había ordenado a los israelitas, y conforme a lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés: "Un altar de piedras sin labrar." Entonces los israelitas ofrecieron holocaustos sobre el altar, y presentaron sacrificios de reconciliación. 32Luego, en presencia de los israelitas, Josué grabó en las piedras del altar la ley que Moisés les había dado. 33Entonces todo el pueblo, tanto los descendientes de Israel como los extranjeros, y todos los ancianos, oficiales y jueces, se pusieron a los lados del arca de la alianza del Señor, frente a los sacerdotes levitas que la llevaban en hombros. Para la bendición del pueblo de Israel, la mitad de ellos estaba del lado del monte Guerizim, y la otra mitad del lado del monte Ebal, tal como lo había ordenado desde el principio Moisés, el siervo del Señor.
34Después Josué leyó cada una de las palabras del libro de la ley, tanto las bendiciones como las maldiciones. 35No hubo una sola palabra de todo lo que Moisés había mandado, que no leyera Josué ante toda la comunidad de Israel, incluyendo a las mujeres y niños, y aun a los extranjeros que vivían entre ellos.


Job 24 1¿Por qué el Todopoderoso no señala fechas para actuar,
de modo que sus amigos puedan verlas?
2Los malvados cambian los linderos de los campos,
roban ovejas para aumentar sus rebaños,
3despojan de sus animales
a los huérfanos y las viudas.
4Apartan a los pobres del camino,
y la gente humilde tiene que esconderse.
5Los pobres, como asnos salvajes del desierto,
salen a buscar con trabajo su comida,
y del desierto sacan alimento para sus hijos.
6Van a recoger espigas en campos ajenos
o a rebuscar en los viñedos de los malos.
7Pasan la noche sin nada con que cubrirse,
sin nada que los proteja del frío.
8La lluvia de las montañas los empapa,
y se abrazan a las rocas en busca de refugio.

9Les quitan a las viudas sus recién nacidos,
y a los pobres les exigen prendas.
10Los pobres andan casi desnudos,
cargando trigo mientras se mueren de hambre.
11Mueven las piedras del molino para sacar aceite;
pisan las uvas para hacer vino,
y mientras tanto se mueren de sed.
12Lejos de la ciudad, los que agonizan
lloran y lanzan gemidos,
pero Dios no escucha su oración.

13Hay algunos que odian la luz,
y en todos sus caminos se apartan de ella.
14El asesino madruga para matar al pobre,
y al anochecer se convierte en ladrón.
15El adúltero espera a que oscurezca,
y se tapa bien la cara,
pensando: "Así nadie me ve."
16El ladrón se mete de noche en las casas.
Todos ellos se encierran de día;
son enemigos de la luz.
17La luz del día es para ellos densa oscuridad;
prefieren los horrores de la noche.

Sofar
18El malvado es arrastrado por el agua.
Sus tierras quedan bajo maldición
y nadie vuelve a trabajar en sus viñedos.
19Con el calor de la sequía, la nieve se derrite;
y en el sepulcro, el pecador desaparece.
20Su propia madre se olvidará de él;
los gusanos se lo comerán,
y nadie volverá a acordarse de él.
El malo caerá como un árbol cortado.
21Con las mujeres sin hijos y con las viudas
fue siempre cruel; jamás las ayudó.
22Pero Dios, con su fuerza, derriba a los poderosos;
cuando él actúa, nadie tiene segura la vida.
23Dios los deja vivir confiados,
pero vigila cada uno de sus pasos.
24Por un momento se levanta el malo,
pero pronto deja de existir.
Se marchita como hierba arrancada,
como espiga que se dobla.
25Y si esto no es así, ¿quién podrá desmentirme
y probar que estoy equivocado?

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